El estrechamiento, cada vez mayor, de los márgenes en la agricultura, empujado por la espiral ascendente de los costes de producción, derivados del auge de los precios de las materias primas, la energía y el agua, principalmente, sitúan la supervivencia del sector agrícola en un punto de inflexión en el que el productor no puede postergar más su apuesta por la modernización y las nuevas tecnologías, en busca de un modelo agrícola de alto valor, que garantice una adecuada rentabilidad y, por consiguiente, la sostenibilidad de su explotación desde todos los puntos de vista, no solo económico, sino también social y medioambiental.
En este punto, la agricultura de precisión es una herramienta fundamental para conseguir este objetivo. Pero… ¿qué es la agricultura de precisión? Se trata de métodos y sistemas que permiten aumentar la productividad de la finca, encaminados a la mejora de la rentabilidad agrícola. Para ello, se apoya en el uso de la tecnología, de forma que le permite recoger, organizar y utilizar información relevante sobre la explotación y los diversos factores que la condicionan para ayudar al productor en la toma de decisiones sobre su cultivo.
Un ejemplo de agricultura de precisión es la fertirrigación, que integra herramientas agrícolas de tecnología punta como pueden ser los sensores, que recogen los valores de parámetros reales de cultivo, o de los controladores de riego, que pueden modificar la frecuencia de riego automáticamente, en función de la temperatura, la humedad y la radiación solar. Esta tecnología permite, además, el almacenamiento y el análisis de los datos generados por los sensores.
Son numerosas las ventajas que tiene la agricultura de precisión. Entre ellas, destacan su capacidad de recabar información en tiempo real sobre las diferentes variables que condicionan el desarrollo de un cultivo; el incremento de la calidad de la producción, al ajustarse el cultivo a sus necesidades en cada momento; la reducción del uso de mano de obra y de insumos, lo que abarata los costes de producción; la detección de incidencias climáticas que pueden provocar daños al cultivo, como temperaturas extremas, tanto mínimas como máximas, lluvias torrenciales, viento, etc; y la disminución del impacto ambiental derivado de la propia agricultura, ante el aprovechamiento óptimo del agua para riego y la menor necesidad de utilizar productos de síntesis química.
A ello se une el impulso por parte del Ministerio de Agricultura, Pesca y Alimentación para la implantación de este modelo, en busca de una mayor eficiencia y sostenibilidad de las producciones agrarias, de forma que su implantación cuenta con el respaldo gubernamental, a través de una línea de ayudas económicas para potenciar su expansión progresiva en España.
