El 9 de septiembre se celebra el Día Mundial de la Agricultura con el objetivo de rendir un merecido homenaje a las mujeres y hombres que, con su esfuerzo y su trabajo diario, dedican su vida a cultivar sus explotaciones para proporcionarnos aquello que se considera más necesario y fundamental, según la pirámide de Maslow: la alimentación.
Además de garantizar nuestra supervivencia como especie proporcionándonos alimentos, el actual modelo agrícola cumple esta misión con un gran valor añadido. Lo hace con un sistema productivo que apuesta cada vez más por la sostenibilidad, tanto económica como social y medioambiental. Es decir, el agricultor ha pasado de buscar únicamente la rentabilidad económica a producir más utilizando menos recursos, a preocuparse cada vez más por su entorno, generando riqueza y empleo donde se desarrolla y contribuyendo con ello a fijar población a los territorios rurales, paliando el grave problema de despoblación que existe en España. Y todo ello, en equilibrio con el medioambiente, pues la actividad agrícola, directa e indirectamente, protege la biodiversidad y contribuye a proteger la naturaleza y la fauna con la que cohabita, ayudando a restaurar los ecosistemas degradados y luchando contra la desertización del suelo.
La agricultura también favorece la mitigación de las consecuencias del cambio climático, ya que su actividad en el suelo está considerada un sumidero de carbono, el segundo mayor en el mundo tras los océanos. De ahí la importancia de cuidar los suelos de uso agrícola para conservar su fertilidad y su contenido en materia orgánica, impulsando un modelo de agricultura sostenible que favorezca la captura de CO2 y beneficie el ecosistema biológico del subsuelo, encargado de favorecer el desarrollo de las plantas de forma natural, compuesto por organismos microscópicos, entre ellos, bacterias y hongos, que contribuyen a degradar la materia orgánica y participan en los ciclos de elementos como el carbono, el nitrógeno, el oxígeno, el azufre, el fósforo o el hierro.
Por otra parte, el fruto del trabajo del agricultor se obtiene con todas las garantías de calidad y seguridad alimentaria para el consumidor, cumpliendo con la normativa vigente en cuanto a la aplicación de productos fitosanitarios y sus dosis legalmente previstas, utilizando planta de calidad certificada, aprovechando al máximo los recursos necesarios para su producción, principalmente, la tierra, el agua y la energía, esta última, siempre que es viable técnica y económicamente, obtenida de fuentes renovables.
La agricultura está apostando cada vez más por el desarrollo de alimentos funcionales, que van más allá del objetivo básico de alimentar a la población y contienen mayores propiedades saludables, al estar enriquecidos, lo que les otorga un valor añadido en el mercado y proporciona un mejor precio y rentabilidad para el productor.
En este día de conmemoración de la agricultura, conviene recordar que hablamos de una actividad estable, alejada de la especulación y la volatilidad de otros sectores económicos, por lo que se ha convertido en un valor ‘refugio’, al resguardo de los vaivenes y las incertidumbres. Así lo reflejan los datos oficiales en España, que muestran cómo el valor de la producción agrícola ha aumentado más de un 30% en los últimos veinte años, frente al aumento del 1,5% del Valor Añadido Bruto en este mismo periodo.
A escala mundial, la superficie cultivada en el mundo ha crecido un 9% en lo que llevamos de siglo XXI, incrementándose en un millón de kilómetros cuadrados, equivalente al área de Egipto, según datos oficiales. La mitad de las nuevas tierras de cultivo ha reemplazado otra vegetación natural como pastizales o bosques; y la otra mitad procede de la reforestación de tierras de cultivo abandonadas o la conversión de pastos. Además, en las últimas dos décadas, la población mundial ha crecido de 6.400 a 7.700 millones de personas.
Todo ello nos pone en situación para recordar los retos que tiene ante sí la agricultura, teniendo en cuenta la actual coyuntura. En primer lugar, los agricultores deben afrontar el incremento de los costes de producción, derivados, primero, de la falta de suministro y los problemas logísticos internacionales, y agravados posteriormente por la invasión rusa de Ucrania. A ello se suma la elevada inflación y el alza de los tipos de interés, lo que incrementará el coste de la financiación de sus proyecdos. Un panorama de incertidumbre económica, en un escenario de precios bajos y fuerte competencia internacional, que obliga a reinventarse una y otra vez en busca de cultivos de alto valor, y al que la agricultura y sus agricultores deberán adaptarse, una vez más, como lo han hecho siempre en todas las crisis, la última de ellas, la Covid-19, demostrando una gran resiliencia.
El otro gran desafío de la agricultura tiene un horizonte temporal mayor, de ámbito permanente. Hablamos de la sostenibilidad. La actividad agronómica debe garantizar la sostenibilidad gestionando de forma adecuada los recursos, optimizando el uso del agua disponible, minimizando el riesgo de sequía en todas aquellas zonas en peligro, preservando la salud del suelo y aprovechando todas aquellas opciones de energía renovable a su alcance y que sean viables a nivel técnico, económico, social y medioambiental.