El desarrollo de una agricultura sostenible pasa por ineludiblemente por criterios de optimización y eficiencia de los recursos que emplea para la obtención de los alimentos cultivados. Es decir, se trata de maximizar el volumen de producción minimizando todo lo posible los recursos utilizados, principalmente, terreno, agua, energía, productos químicos e, incluso, medios humanos.
El agua es un recurso cada vez más escaso y caro, un elemento fundamental para la vida, por lo que no podemos ni debemos desaprovechar ni una sola gota. El sector agrícola es considerado estratégico por su labor esencial de alimentar a la población mundial creciente. Sin embargo, es la actividad económica que más agua consume en el mundo cada año, alcanzando ya el 70% del total de los recursos existentes, lo que pone de relieve la necesidad de impulsar una continua cultura del ahorro hídrico.
Para aminorar el consumo de agua en agricultura, lo primero que debemos tener en cuenta es calcular cuál es nuestra huella hídrica para, a partir de ahí, reducirla. Para conseguirlo, debemos apoyarnos en la tecnología, modernizando nuestros sistemas de regadío, que han de evolucionar hacia métodos inteligentes y de precisión, mejorar las redes de distribución para evitar fugas y pérdidas de agua, además de maximizar el potencial que posee el binomio agua y energía aplicado a la agricultura para el autoconsumo de energía solar fotovoltaica que nos permita generar la electricidad necesaria para impulsar el sistema de riego, con el consiguiente ahorro de costes.
La agricultura de precisión se constituye en el gran aliado en nuestra búsqueda de una menor huella hídrica para nuestra explotación. De esta forma, podemos implementar sistemas de riego localizado e inteligente, controlados telemáticamente, para aportar la cantidad de agua necesaria en cada fase fenológica del cultivo y en cada zona de la parcela, consiguiendo, además, mejorar la productividad, la calidad y el tamaño de los frutos de nuestra cosecha.
También son importantes el control climático y el fertirriego, con los que conseguimos estabilizar las necesidades hídricas de la planta, evitando cualquier tipo de estrés, a la vez que combinamos el aporte de agua y los fertilizantes, lo que arroja una plantación más vigorosa y sana.
En definitiva, la agricultura de precisión ayuda en la toma de decisiones, ahorra recursos y ofrece más garantías de rentabilidad y de éxito. Una agricultura más tecnificada y precisa siempre ahondará en una agricultura más sostenible, desde todos los puntos de vista, económico, social y medioambiental, por lo que también contribuirá a fijar la población al territorio donde se encuentra implantada, ayudando a luchar contra la despoblación rural.