La ONU calcula que la agricultura consume cada año el 70% del total de los recursos hídricos existentes en el mundo, situándose como la actividad económica que más agua utiliza. Al tratarse de un sector estratégico e indispensable para la supervivencia de la especie humana, por la necesidad de alimentar a la población mundial creciente, es necesario y prioritario establecer una política de sostenibilidad en la gestión del agua, desde todos los puntos de vista, de forma que quede garantizado el desarrollo, en equilibrio entre los factores económicos, sociales y medioambientales.
Desde hace años, el agro está llamado a producir más utilizando cada vez menos recursos. Y ante esta tendencia, el agua es un factor fundamental en esta ecuación, un bien escaso que debemos optimizar hasta la última gota disponible. Para ello, los avances tecnológicos proporcionan la mejor oportunidad para conseguir este objetivo.
No en vano, el crecimiento del sector agrícola mundial se ha multiplicado por tres en el último medio siglo gracias, en gran medida, al uso de las tecnologías y el agua, en un contexto histórico marcado por la industrialización y la globalización, lo que ha incrementado la presión sobre los recursos naturales, aumentando el impacto del regadío sobre el medio natural, contribuyendo a una mayor contaminación de las masas de agua, la sobreexplotación de los acuíferos y la salinización de las tierras de cultivo, además de acelerar los efectos del cambio climático, que nos encaminan hacia nuevas sequías y mayor escasez de los propios recursos hídricos.
La agricultura de regadío en cifras
En la actualidad, la agricultura de regadío ocupa alrededor del 20% de la superficie cultivada en el mundo y representa el 40% de la producción total de alimentos, con más de 275 millones de hectáreas, según los datos que maneja la Unesco. Esta organización estima que en el periodo comprendido entre 1950 y 1990, la superficie de regadío mundial experimentó un aumento del 1,5% cada año; porcentaje que ha seguido creciendo al 0,6% anual en los años siguientes, y se prevé que continúe así hasta 2030, obteniendo un 36% más de alimentos, con el uso de un 13% más de agua, según sus cálculos.
Asia es el continente que tiene mayor superficie agrícola en régimen de regadío, que representa más del 70% del área regada en el mundo, seguido de América, Europa, África y, en último lugar, Oceanía. El riego por gravedad es el método más utilizado en el mundo, aplicándose en el 94% de la superficie regada, mientras que el riego por aspersión o goteo se utiliza en el 6% restante; la eficiencia del riego media en el mundo se sitúe en el 56%, aproximadamente, lo que deja un amplio margen de mejora, pero refleja un escaso grado de optimización en el uso de los recursos hídricos al servicio de la producción de alimentos.
Por su parte, España cuenta con una superficie agrícola de regadío por encima de los 3,8 millones de hectáreas, cifra que ha ido creciendo a lo largo de los últimos años, según la Encuesta de Superficies y Rendimientos de Cultivos del Ministerio de Agricultura (2021). En España, la mayoría del regadío que se emplea optimiza los recursos, pues es localizado, con un 53% del total de la superficie. Sin embargo, el 47% de superficie restante presenta un margen de mejora en su eficiencia: riego por gravedad (23,5%), aspersión (15%) y automotriz (8,4%). Estos porcentajes revelan la necesidad de continuar apostando por una mejora de los sistemas de regadío actuales y la gestión del riego para incrementar la sostenibilidad y mejorar la huella hídrica.
No solo debemos aprovechar todos los recursos hídricos a nuestro alcance, apostando por todas las alternativas posibles: desalación, trasvases, regeneración de aguas residuales, recogida de pluviales, así como ordenar mejor su disponibilidad, a través de conducciones, captación de cauces, regulación de crecidas o construcción de embalses artificiales; también debemos impulsar todas las fórmulas posibles para utilizar cada gota de la forma más óptima posible.
Los expertos aseguran que España es una de las regiones europeas que más va a sufrir los efectos del cambio climático, con dos tercios de su territorio en riesgo de desertización; además, prevén que sus cuencas hidrográficas afrontarán un futuro donde los periodos de estrés hídrico y de inundaciones serán cada vez más acentuados y, por lo tanto, sus consecuencias serán más graves desde el punto de vista económico, social y medioambiental.
Para afrontar esta coyuntura, contamos con diferentes herramientas a nuestro alcance. El riego deficitario se consolida como una tecnología clave para acometer estos retos, mejorando la eficiencia en el uso de los recursos hídricos y la productividad de los cultivos. Este método consiste en regar la explotación por debajo de sus necesidades óptimas, con el menor impacto posible sobre la producción y la calidad de la cosecha.
Cuando reducimos el riego en los periodos considerados no críticos, es decir, durante los estados fenológicos del cultivo menos sensibles al estrés hídrico, y se satisfacen por completo sus requerimientos en los periodos críticos más sensibles, estamos ante lo que se denomina riego deficitario controlado.
Los orígenes de esta técnica en España se remontan a su uso como mecanismo para controlar el crecimiento vegetativo en explotaciones frutícolas de alta densidad, principalmente, en melocotonero, en variedades precoces y aplicado durante la poscosecha, para continuar su expansión en cultivos intensivos de manzano y peral, arrojando aumentos sustanciales de la cosecha en todos los casos.
A mediados de los ochenta, esta técnica se generalizó a otras especies de frutales en España, con el objetivo de ahorrar agua en el riego, aplicándose durante el desarrollo del fruto y obteniendo muy buenos resultados en melocotonero, albaricoquero, ciruelo, manzano, peral, cítricos, olivo, vid y almendros, principalmente.
Más adelante, el concepto de riego deficitario ha evolucionado hacia la búsqueda de una mayor rentabilidad. De esta forma, se han explorado mecanismos para su aplicación durante el crecimiento y el desarrollo del fruto, con el objetivo de mejorar la calidad, adelantar la maduración, aumentar el contenido en sólidos solubles, la firmeza y mejorar el color.
El riego deficitario controlado también puede favorecer el adelanto de la entrada en producción del cultivo, adelantando la floración. El estrés hídrico restringe el crecimiento vegetativo y se ha comprobado, a través de ensayos y su posterior aplicación comercial, que beneficia el inicio de la floración en numerosas especies frutales como los cítricos, el olivo, el aguacate, el mango, el níspero o el litchi.
Adicionalmente, los expertos aconsejan utilizar suelos con baja capacidad de retención hídrica, es decir, que pueden secarse y humedecerse con facilidad, de forma que puedan desarrollarse situaciones de estrés hídrico que nos ayuden a obtener lo que buscamos y a recuperar el cultivo con rapidez. Asimismo, es recomendable el uso de sistemas de riego localizado que faciliten el agotamiento y la recarga del suelo de forma más rápida y precisa, al controlar mejor que otros sistemas la cantidad de suelo humedecido.
De esta forma, el riego deficitario controlado no es únicamente una solución para los agricultores en aquellas zonas en las que escasean los recursos hídricos o durante épocas de sequía, logrando un nivel competitivo de productividad y calidad, gracias al uso óptimo del agua, además de garantizar la supervivencia de la explotación (ejemplo de este sistema es su aplicación en cultivos de secano como el almendro o el olivo, apoyados con riegos de apoyo en periodos críticos, con importantes resultados en la producción); también se ha comprobado su impacto positivo sobre la composición de los frutos en materia de compuestos bioactivos y su funcionalidad, lo que les otorga una ventaja competitiva en los mercados.