La optimización del cultivo de olivar está condicionada, fundamentalmente, por la variedad de olivo que se cultiva, el comportamiento productivo de la campaña anterior y las prácticas agronómicas que se lleven a cabo por parte del agricultor. Entre estas últimas, destacan aquellas encaminadas a contribuir a una nutrición vegetal equilibrada para el cultivo, de forma que se maximice la productividad.
Hay que tener en cuenta que el olivar es un cultivo en el que se da la vecería, es decir, la alternancia en la producción, elevada un año y más reducida al siguiente, lo que se debe tener en cuenta a la hora de planificar un programa de fertilización adecuado, pues el patrón de absorción de nutrientes difiere en uno u otro caso. Otro dato importante es que las hojas y los frutos albergan alrededor de dos tercios del contenido total de nutrientes, de ahí que conocer la carga frutal y la edad de la hoja sea también determinante para una buena planificación.
Una vez analizado el estado del suelo para conocer sus necesidades, los fertilizantes más utilizados en el cultivo de olivar son el fósforo, el nitrógeno y el potasio, aunque también es importante cuidar los niveles de calcio, magnesio y azufre.
Es importante aplicar las dosis en su justa medida para conseguir un efecto óptimo. Un exceso de nitrógeno puede provocar mayor sensibilidad a las heladas y debilidad frente a plagas y enfermedades, mientras que una deficiencia de nitrógeno puede afectar al vigor del olivar y el descenso de la producción.
El fósforo tiene mayor influencia en las etapas de crecimiento y formación de las raíces, acelerando la maduración y favoreciendo la floración y el cuaje. Por su parte, el potasio es esencial en la fase de formación y desarrollo del sistema radical, además de generar mayor resistencia frente a las bajas temperaturas y la sequía.
Otras prácticas agronómicas que influyen en el rendimiento del olivar son la realización periódica de un análisis foliar para conocer las necesidades nutricionales y la práctica del anillado. Esta última consiste en la separación de un anillo de corteza de unos diez milímetros de anchura y, posteriormente, se aplica un insecticida en la herida y se protege con una lámina de polietileno hasta que se produce la cicatrización, interrumpiendo con ello el flujo de savia elaborada descendente, favoreciendo la floración y fructificación de la rama anillada.